miércoles, 1 de agosto de 2012

Los Claveles


El viejo pick-up, a unos pasos del moral, sincronizaba el tic tac de las chicharras y el cielo volaba entre las piedras de la huerta para aposentarse luego en las albercas y soñar con las ovas. Habito aquella música, y recuerdo el azul: su camisa voluptuosa embutiéndose en la claridad de los manzanos.

La diadema del sol coronaba el pastizal. Había hacia el oriente una charca de agua ocre en la que la soledad chapoteaba. Aún más adentro, el cristal del mediodía como un velo de aceite se extendía entre los juncos, alborotando el lamento de las ranas que mis primas y yo acechábamos sin prisa, habitando las sombras que el silencio edificaba.

Mis primos, unos años mayores que nosotros, recolectaban los tallos del amor, la verdad amarilla y lentísima del trigo. Yo, a veces, cruzaba el dolor del chaparral buscando los nidos sombríos de las tórtolas. La casa, a unos pasos, brillaba y sonreía.

Son rasgos muy bien definidos, indeformables: los ángulos de un paisaje edificado en la inocencia de un niño indestructible. En mis ojos de entonces se perfila una vaguada y un sembrado de avena en el que anidan las calandrias. Lejos, volteando los cerros más agrestes, duele la felicidad de las coscojas agarrando su aroma a viejas piedras de granito.

Había dos canciones que dibujaban la estatura de aquel verano hipnótico e inefable:
"Ella lo tiene todo", de The Kinks, y "Only one woman" de The Marbles.  El edificio, la casa, era grande y en su flanco había un corral en el que de noche bailábamos canciones a la luz de las velas, vigilados por la brisa y por el agraz corazón de las lechuzas escondidas en la soledad de los pajares en los que la luz nunca penetraba.

Al atardecer, más de una vez, llovían las moras y lloraban las sombras ensuciando las camisas.
¿Dónde estarán, después de cuatro décadas, las promesas que el aire encendía en mis pestañas?
Tía Regina y tío Paco entonces eran muy jóvenes y mis primos y mis primas eran frágiles figuras que movía el resplandor febril de la canícula de un lado hacia otro componiendo un pentagrama hecho de moras, olmos y abubillas. A veces, en mis sueños, aparezco por allí: me veo en la sagrada estatura del verano, en mitad de la finca que llamaban los Claveles, y camino deprisa, alegre, sin temor, bajo el chaparral donde aún flota aquel murmullo hecho de avispas y tórtolas de hule.

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