viernes, 17 de agosto de 2012

Golondrinas


Quiero vivir dentro de una golondrina, desplazarme y viajar a otros países sin moverme y mirar el silencio desde la altitud del aire que vigila las casas y los campos solitarios donde aún quedan lagartos y colmenas que no mueren.

Quiero ser golondrina para atravesar el frío y quedarme a vivir, como un príncipe feliz, en el corazón pequeño de una lágrima. Las golondrinas son lágrimas celestes y por eso la noche nunca cabe en su inocencia. Me gustaría esconderme entre los pliegues de sus ojos vivaces o en la tímida oquedad de  la luz que se posa en las esquinas de sus alas cuando atraviesan distancias sorprendentes sin dejar de ser frágiles.

Son espíritus circenses.  Debe ser agradable hacer acrobacias sobre el filo de ese azul imposible que hay en los cielos del verano sin miedo a caer y rozar la pulcritud del horizonte líquido que vibra en la superficie lisa de una alberca rodeada de sombras y románticos nogales.

El reino de las golondrinas está en la infancia. Siempre he soñado salir de la rutina y cruzar lejanías escondiéndome en su vuelo, ser la pluma que ablanda el sigilo de la tarde y acaba posada en los cables de la luz o esa pella de barro dormida en la techumbre de una cuadra olvidada donde ya no entra el calor que desprendía el estiércol de las bestias.

Ellas amenizan el tiempo con el arpa de su canto amarrado a los balcones de la aurora.
Quiero vivir dentro de una golondrina, habitar la pureza del viento en sus pulmones, en los que aún pueden oírse las pisadas del pastor que regresa silbando a la majada con los ojos inundados de estrellas matutinas.

Las golondrinas son monjas de clausura que elevan su vuelo sin abandonar el claustro. Nunca se van del todo: son ubicuas y habitan la luz y la sombra al mismo tiempo. Por eso quiero vivir dentro de su alma y desplazarme y viajar a otros lugares, sin moverme de aquí, de este espacio en el que estoy esperando, igual que otros años, a que se alejen y, luego, regresen de nuevo a visitarnos alegrando el dibujo, el mapa de las calles con mi infancia escondida en la herida de su vuelo.

2 comentarios:

luis alonso dijo...

¡Cielos, que revuelo! Me han encantado esas monjas golondrinas o viceversa.
Te voy a regalar, Alejandro,un verso que seguro qu conoces de Claudio Rodríguez: "prometo pasar tan limpio como una golondrina cuando bebe."
Me has recordado a mi amigo el poeta y editor de Tansonville, Eduardo Fraile. En su casa de Castrodeza (Valladolid)tiene nidos de golondrina; yo tengo un librito suyo que él me regaló: "Balada de las golondrinas".

Te sigo leyendo, sí. Días atrás dejé un par de comentarios en tu blog que no han aparecido publicados. Misterios. Abrazos.



Alejandro López Andrada dijo...


Muchas gracias por tu hermoso comentario, amigo Luis Alonso, y, también, por esa bella alusión al verso de Claudio Rodríguez (un maestro para mí) tan emotivo e inspirado como casi todos los suyos. Por otro lado, me encantaría conocer a tu amigo Eduardo Fraile y, también, leer ese poemario del que me hablas con un título tan sugerente y mágico. En cuanto a lo de los comentarios, no sé qué habrá ocurrido, pero el hecho de que no haya aparecido antes puede ser debido a que la Editorial "El Páramo" (que patrocina y coordina este blog) ha estado cerrada durante el mes de agosto. De todos modos, me alegra muchísimo ver y leer lo que dices de mis escritos. Nuevamente, gracias y abrazos.