jueves, 31 de mayo de 2012

Eucaliptos


Desde el coche observo, al pie de la luz de mi niñez (la plaza por la que aún corre mi inocencia), dos jóvenes hileras de esbeltos eucaliptos bajo el líquido resplandor de la mañana.

No me detengo siquiera a contemplarlos, pero su imagen se incrusta en mi interior y sigue reverberando en mis pupilas minutos después de haber pasado junto a ellos, unos árboles que nunca se han ido de mi sangre.

Luego, detengo el coche y reflexiono, fuera ya del pueblo, sobre el magnetismo de esa estampa.

A ella se adhieren  colores, lejanías y siento, de pronto, el aire de un otoño de hace cuatro décadas cruzando el horizonte de mi corazón, alzando voces, rostros, himnos, emociones perdidas, ya irrecuperables.

Me adentro en la cueva de mi melancolía y, bajo el susurro de un viento intemporal, me encuentro a mí mismo paseando entre eucaliptos, a través de un camino que lleva hacia la infancia.  

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