domingo, 13 de mayo de 2012

Barcelona


        El viaje, aunque largo, resultó gratificante. El tren dibujaba la velocidad del mundo sobre los campos lentos de la Mancha impregnándolo todo de una hermosa claridad. Mi corazón iba inmerso en una urna. Desde la ventanilla el horizonte parecía un profundo pañuelo de oro y luz. Perfilando Madrid, sentí nieve en mis pestañas. Luego, la paramera de Aragón y, al poco, los pueblos ahogados entre los cerros de la Cataluña más tradicional como garabatos de un portalillo de Belén. Y el día fue un pájaro hundiéndose en las sombras, un brazo de fuego deshaciéndose en un mar con barcos de plata y gaviotas de grisú.

         Eso fue el viaje, luego entró en mí la arquitectura sublime y gozosa de una armónica ciudad. El dolor de Gaudí, su locura melancólica dibujada sobre un contraluz de azules líquidos fluyendo entre esbeltas siluetas de hormigón. El espíritu bullicioso de las Ramblas, el vértigo amable y dulce de los parques arañando los taxis de la serenidad. Y, luego, los libros, la identidad de la memoria grabada en un tren, el Museo de la Inmigración, San Adriá del Bessos, la librería Catalonia y los ojos felices, lejanos, de mi infancia dibujados en las voces de Juan, de Julianín, de Pedrito Lumbreras... Eso era, en esencia, la literatura, la poesía de lo humilde. El viento azucarado levantando la falda de mi melancolía cuando, junto a Cecilio y Mati, recorría los rincones más gratos de una ciudad hecha de vidrio. Barcelona sentada en una catedral de andamios y de novísimas grúas silenciosas. Las palabras de Camilo José abrazando mi ánimo, levantando mi voz en un silencio hecho de anís.

Más tarde, el regreso, los pueblos ahogados entre montañas, la paramera infinita de Aragón y la luz legendaria, amarillenta, de la Mancha estallando en la tarde como una pompa de cristal. Entre tanto, en mis ojos y en lo más hondo de mi ser, las voces, los gestos de mis amigos Cecilio y Mati  seguían rodeando mi ánimo y lo alzaban atándolo a una cometa que se iba. Lo mejor de Barcelona habían sido ellos, y até, en mi regreso, mi espíritu a su imagen hasta que me quedé dormido en el asiento, habitado por una infinita gratitud.

No hay comentarios: