jueves, 1 de marzo de 2012

Vítor y Luis

La tristeza rasgaba como una cuchilla mis pulmones. Mis pensamientos eran árboles sin savia, lágrimas sacudidas por el viento. Ni siquiera podía apoyarme en mis palabras, porque éstas se fragmentaban como lápices con la mina mordida por la languidez de un niño. También el cambio de tiempo influye en mí. Soy meteorosensible. Cuando hay nubes y éstas pasan deprisa, sin dejarnos su humedad, mi ánimo se desploma y crece en mí una especie de melancolía indescifrable que siempre termina oscureciendo mi interior. Eso es lo que me sucedía esta misma tarde: la vida pesaba en mis ojos y me escocía. Estoy pasando, es verdad, una mala racha; aún no puedo asumir que ya no trabajo en lo de antes y que no volveré a organizar de ningún modo actos o eventos de tipo cultural. Y eso me frusta y me jode. Sé que es duro. Lo siento; pero lo tenía que decir. Aunque puede que a nadie le importen mis problemas. ¿A quién le pueden doler mis amarguras?
Como he dicho, estaba apagado, un poco gris; sin embargo, de pronto, salí de mi interior y, a la vez, de mi casa para evadirme de mis penas y hallar un pequeño consuelo al pasear por las calles de siempre. No esperaba demasiado. Iba andando deprisa, pues se acrecentaba el frío (los cambios de temperatura también me rompen) y, de pronto, inconscientemente, me detuve sin saber por qué al lado de una casa. Y nervioso toqué en el postiguillo de una puerta, la de la estancia en que viven Luis y Vítor: dos hombres sencillos, con el corazón de nácar y la mirada dormida entre cerezas.

Su madre murió el pasado año, en primavera, y sentí que necesitaba, no sé por qué, acercarme a tocar su bendita soledad y sentirme, y sentarme, a su lado para hablar y compartir mi tiempo con el suyo. En su fragilidad veo fortaleza, una pureza extraña, indestructible. Ellos salieron amables como siempre y noté en sus miradas la quietud de esa bondad que sólo reside en las almas nobles, puras. En su soledad, macerada de silencio, había un rastro de lenta y tímida alegría que necesitaba salir para abrasar la tortuosa tristeza que a mí estaba destruyéndome. Y enseguida noté en el resplandor de sus palabras la fraternal esencia de un ayer que, al lado de su niñez, yo había vivido: el olor de la arcilla del tejar donde su padre antaño cocía cántaros y
ladrillos.

A medida que hablaba con ellos iba sintiendo cómo crecía en mi interior una paz ocre y un crujido de sol cayendo en las paredes de un camino dormido entre siluetas de lagartos y pasos bordados por antiguas lavanderas. Una honda y sencilla alegría iba forjando en mi derredor una arquitectura ingrávida en la que flotaban olivos, sauces, pájaros, higueras y albercas, cines perfumados por el vaporoso vestido de una chica. De repente entró en mí un lírico enjambre de perfumes. Y hubo un momento en que recordé con Luis la primera vez que ambos vimos en un teatro, de manera furtiva, detrás del camerino, la desnudez jugosa de una actriz que se parecía a Claudia Cardinale. El celeste del sujetador que ella llevaba reverberó un instante entre mis sienes como el brillo sutil e inalcanzable de un zafiro. Fue un sólo momento, brevísimo y fugaz, pero puedo jurar que una rafaga de aire (una gélida brisa que soplaba del poniente) traspasó con un tierno lamento mi interior deshaciendo tristezas, ausencias, soledades, consiguiendo con ello que volviera a recobrar el pulso celeste y carnal de aquellas tardes donde aspiré el vapor de la alegría, la misma alegría que, antaño, conocí cuando al lado de Vítor y Luis solía acercarme al antiguo tejar donde su padre trabajaba, en las lentas postrimerías del verano, elaborando cántaros y ladrillos.

1 comentario:

Miguel Barbero dijo...

Querido amigo:
Pues si que la "cosa" está mal. Y que mal lo está haciendo la casta política, cuando un referente cultural de tal tamaño como eres tu, no puede desarrollar y mostrar a nuestros paisanos todo el bagaje de la verdadera cultura. Mal asunto es prescindir de un valor tan importante en nuestra comarca. Amigo Alejandro, vivimos un tiempo dificil y desolador, ha cambiado el orden de los valores auténticos y humanizadores de siempre y vivimos inmersos en un materialismo galopante que nos está embruteciendo de manera alarmante.¡Pues no solo de pan vive el hombre!
¡Sabes que puedes contar conmigo, amigo!