jueves, 29 de marzo de 2012

Jornada de Huelga

Mi conciencia está limpia, y en huelga, esta mañana. Mi corazón pasea por el aire. Desde aquí, desde la soledad de la Colina, observo la mano del viento doblegando el dibujo esbelto y cansado de un ciprés. Detrás, ateridas, difusas, las encinas se mecen sobre el tapiz del horizonte, y, aún más lejos, la cicatriz blanca del pueblo es una costra balsámica de luz. Algunas garcillas reman sobre el cielo y en una retama un triguero dolorido eleva su trino magnífico de amor. Ese es el paisaje que se extiende ante mis ojos, la realidad que me salva de esa otra aterida y difícil que campea por las calles donde gente honesta y frágil, sin trabajo, manifiesta su rebelión contra el Poder.

Hoy no he ido a trabajar, como otra gente, y, ahogado en mi silenciosa rebeldía, abro mi voz y la lanzo hacia un Gobierno que ha usado la prepotencia contra los débiles, aquellos que sólamente han heredado la fragilidad de sus brazos para subsistir. No puedo aguantar que el Poder (llámese Banca o una clase política ajena al dolor del pueblo) pisotee, sin ningún pudor, la dignidad de miles de obreros que luchan por lo que han perdido en estos meses lijados por el frío de tanto recorte económico y social. Soy consciente de que apenas valen las palabras (las mías son frágiles como pájaros sin nido), pero, aun así, reivindico con mi voz una sociedad más justa e igualitaria, donde no exista este gris capitalismo que extrangula a los débiles ante la hosca indiferencia de un Gobierno aristocrático y neocon que sólo habla de números, de cuentas, y no se preocupa del bienestar social.

Aquí, esta mañana, refugiado en mi Colina, en esta Jornada de Huelga, abro mi alma y la tiendo sobre el horizonte que, ahora observo, con la conciencia limpia del que sufre y con el ánimo puesto en esa idea de un futuro más justo, humano y solidario con aquellos a los que pisotea el olvido y la prepotencia de un Gobierno ajeno a un pueblo que sólo pide trabajo, dignidad, y, a cambio, sólo recibe indiferencia y un desprecio que sólo conduce al desencanto, al vacío de una brutal desolación.

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