lunes, 26 de diciembre de 2011

Bernardino

Un breve y sencillo puñado de palabras para expresarte mi agradecimiento por haber estado, entonces, junto a mí. Eras la luz de aquellas navidades, la carraca y la música de aquellas nochebuenas donde el dolor y el odio no existían. Representabas el viento y la ternura, el tiritar feliz de una calleja que tu infancia llenaba de una armónica alegría. Sé que es imposible echar atrás el corazón, detener los relojes y hacerlos girar hacia la izquierda para alcanzar los momentos que vivimos tan cerca el uno del otro. ¿Los recuerdas? La poesía estaba encerrada en aquel aire y en las esquinas dulces de aquel frío que nunca hacía daño y tenía un color de mandolinas y cerezas flotando en un tarro transparente. La escarcha de aquellos días no era escarcha, era el azúcar de un blando polvorón y guardaba el temblor con que miraba la pobreza. El frío, entre tanto, tenía una textura de jazmín, un olor de anís dulce y luminosos corralones. Te recuerdo embutido en un abrigo de gamuza, con el cielo subido en tus hombros silenciosos. Tú eras mi amigo y mi primo, mi guardián. Vigilabas mi alma y decorabas mi silencio cuando yo estaba triste. Querido Bernardino, no sabes cuánto me acuerdo en estas fechas de tu voz rebanando el sigilo de la aurora en la Peñalá, cuando el amanecer era un paisaje de líricas matanzas, una luz glaseada por el cansancio de las nubes que se apelmazaban sobre las chimeneas. Me dabas la mano y mi niñez se convertía en un cine ampuloso con películas de hadas. Yo veía en tus ojos el rastro pequeño de una estrella que guiaba en la noche a los magos y a los duendes. Si volviera aquel tiempo ataría tus pisadas y no dejaría que huyeses de este pueblo del que nunca te has ido. Monaguillo prodigioso, amigo del alma, compañero de colegio con el alma rodeada de collalbas y abubillas. Sólo quiero decirte que en esta Navidad, como en otras pasadas, tu niñez sigue ayudándome a comprender que la vida es sólo eso: un paisaje trenzado por ausencias vespertinas, por huellas que, sin estar, nos acompañan y crecen en nuestro interior como colmenas. Villancicos, el pozo, el candelorio de los quintos, el portal de Belén, los románticos panetes... Toda la navidad tiene razón cuando te recuerdo y el tiempo vuelve atrás, devoviéndome el frío que en tus ojos era calor, transparente dibujo de una edad que se perdió entre las paredes de musgo y los caminos que aún recorro buscándote al llegar la Navidad, una fecha feliz a la que tu ausencia y tu distancia, paradójicamente, sin saberlo, dan calor y revisten de magia, de pureza original, de un verdadero sentido transcendente.

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